Prueba de concurso: nombre usted sucesos de la vida cotidiana que acontezcan en dos milésimas de segundo. Difícil respuesta.
Dice un estudio que las moscas, cuando sienten la amenaza de la mano que se abalanza, necesitan 30 milésimas de segundo para reaccionar. Demasiado lejos de nuestra petición, pero el mismo insecto tiene la respuesta. Sólo uno de sus imperceptibles aleteos se lleva esas dos milésimas. Divida un segundo en mil trocitos iguales y separe nada más que dos. Una nimiedad, un pellizquito a la vida. Pues ésa fue la distancia que ayer separó a Fernando Alonso de la pole. Nada, ni un suspiro, y todo a 300 kilómetros por hora y en coche, en una pista de carreras, frente a unas tribunas entregadas al piloto de casa, el alemán de Red Bull.
Por dos milésimas gana Vettel siete metros en la parrilla, se coloca al frente del pelotón y escoge la parte limpia para empezar a correr. Alonso, a su derecha, renacido, feliz con su Ferrari otra vez lanzado, ambicioso y con la única meta de ganar para empezar el descuento de los 47 puntos que le lleva el líder Hamilton.
Regresa el asturiano a la zona noble. Aparece en la primera línea de la parrilla «¡un año!» después de su última vez. Fue en Hungría, el 26 de julio de 2009, todavía vestido de Renault. Nunca lo había hecho con Ferrari. Ayer ordenó los monoplazas en las dos primeras tomas de tiempos y comandó la Q3 hasta que Vettel apretó más que nunca. Euforia en el garaje de Red Bull. «¡Fernando está detrás!». El grito por la radio desvelaba la tensión.
Tienen otra pole, diez de once para Red Bull, seis en el bolsillo de Vettel, el príncipe de los sábados en este 2010. Pero la historia ya no es la de un coche intratable que se podía llevar con el codo en la ventanilla y todavía les daba medio segundo de margen. Ayer sintieron el aliento del «cavallino» y Massa ganó al otro coche de la bebida energética, el de Mark Webber.
Fue la clasificatoria más igualada del año, se acabaron los paseos de Red Bull. Las vueltas de Alonso y Vettel, una sobre otra, comparadas al tiempo, darían la ventaja al alemán por sólo 12 centímetros, lo que mide un bolígrafo. Esas dos milésimas miserables, el tiempo que necesita un avión medio para recorrer un metro, suponen el abismo entre el líder y el aspirante, por lo menos hasta la primera curva. A un tren convencional que ruede a unos 110 kilómetros por hora sólo le da para seis centímetros.
Muy equilibrada, muy pareja, la lucha, pero no tanto como aquella de 1997 con el título en juego y tres pilotos, Villeneuve, Frentzen y Schumacher, en la misma milésima. El Káiser sacó de la pista al canadiense, que se acabó llevando el Mundial porque al alemán le retiraron los puntos. «¿Fernando, quién se lleva la pole en caso de empate?», le preguntaron mientras seguía atento la contrarreloj del Tour. «El que primero haya conseguido el tiempo», respuesta instantánea, para que nadie diga que los pilotos no se saben el reglamento.
Ferrari llega al domingo con la ilusión por las nubes, después de completar un par de meses de continua evolución desde que tocaron fondo en Turquía. Todo cambió en Canadá, pista propicia y coche reciclado, con un podio de premio. En Valencia y Silverstone la recompensa no fue de puntos, pero sí de sensaciones, caprichos de la FIA y coches de seguridad al margen. Alemania confirma que el Ferrari está de vuelta, que Alonso regresa con los mejores, únicamente con la duda de si llegará a tiempo para levantar esa losa de 47 puntos. Hoy sólo necesita que se cumpla lo que pedía su jefe, Stefano Domenicali: «Que tengamos una carrera normal».