El escenario se puso feo en Yeongam. Cielo gris y agua a mares. El invento de Bernie Ecclestone pendió de un hilo hasta el último momento. Si el GP surcoreano estuvo a punto de cancelarse semanas atrás porque el teatro no parecía listo para los actores, la función caminó por el alambre el mismo día del estreno, con todo el elenco en tablas y los espectadores en el patio de butacas.
Entre el agua y el inexistente drenaje de la pista se montó una atmósfera infernal, ambiente de novela victoriana para una carrera de coches. El director de carrera evitó la escabechina en las primeras curvas y decretó una salida bajo el mandato del coche de seguridad. El Mercedes de las sirenas no llegó a soltar a los caballos. La pista no estaba para bromas y los jueces soltaron la bandera roja. Carrera detenida y un congreso en la parrilla. «¿Podremos correr?». Fernando Alonso hizo migas con Mark Webber. Intereses encontrados y conversación a tres con el piloto del coche de seguridad.
Estaba en juego el campeonato. Pasó casi una hora y terminaron por lanzarse de nuevo detrás del vehículo de contención. Llovía como antes, la pista no había dejado de ser una piscina y las escapatorias de tierra eran en realidad un barrizal. Diecisiete vueltas más tarde, el rodar de monoplazas había mejorado la pista. Maylander hacía cada vez mejores tiempos al volante del coche de seguridad y los pilotos trataban tras él de calentar neumáticos.
Cuando se dio vía libre al encierro comenzó la tarde de gloria de Fernando Alonso. El destino escogió Corea para premiar sus esfuerzos, su labor de equipo y su fe desaforada en la remontada. Terminó de darle la vuelta al Mundial con una carrera impecable. De maestro. Hacía tiempo que no regalaba una actuación portentosa en agua. Y llegó cuando más la necesitaba porque al calendario del Mundial sólo le quedan dos hojas por arrancar y los Red Bull venían lanzados.
En otras circunstancias, la escudería austriaca debería haber sentenciado el título hace tiempo. Enredados en las peleas entre Vettel y Webber, ahora se les ha complicado. Les ha salido un coche tan bueno y dos pilotos tan parejos que ninguno ha sido capaz de distanciarse. El equipo no ha sabido, no ha querido o no ha podido dar los galones a ninguno de ellos y ahora lamenta todos los puntos que se han «robado». Vettel siempre ha sido el favorito en la casa pero cuando lo tuvo a mano no fue capaz de poner distancia, a la vez que Webber, con escasa ayuda pero una regularidad a prueba de bomba, se mantenía en la zona noble del Mundial.
El australiano cometió su primer gran error del año en el peor momento. Son los síntomas de un piloto presionado, de un (ex) líder del Mundial que no siente el apoyo de su escudería y que necesita atacar a su propio compañero.
En la primera vuelta sin coche de seguridad se fue a la cuneta, precipitado en una de las trazadas. Alonso se vino hasta la segunda posición, detrás de Vettel, que ya se veía con los galones de Red Bull para las dos fechas que faltan.
El golpe de Webber sacó de nuevo a la pista el coche de seguridad. Vettel, Alonso, Hamilton y Massa tiraban de la carrera. El brasileño volvía al paquete delantero, leve ayuda para Fernando Alonso.
Del encontronazo entre Buemi y Glock salió otra llamada al coche de seguridad. Sin que hubiera dejado la pista llegó el turno del paso por el garaje y el gran susto para Alonso.
Ferrari decidió que había que marcar a Vettel al hombre, así que el asturiano se fue tras él camino del pit lane. Se le escurrieron unos segundos de oro con una tuerca trabada en el neumático delantero derecho, que acabó en la manos de un mecánico del garaje de Sauber. Suficiente para que Hamilton circulase por la recta y le robase la cartera.
Tan incomprensible como el despiste del mecánico fue el error del inglés. En la segunda curva le falló el pulso y Alonso le ganó el sitio por el interior. Otra vez segundo y preparado para acosar al alemán Vettel.
Siempre ha dicho Alonso que la suerte al final del año se compensa. Que no siempre acompaña a los mismos. Y en Red Bull apenas habían tenido desgracias. La de Webber parecía suficiente para la infernal tarde de perros coreana. Alonso venía tranquilo pero muy cerca de Vettel y con buen ritmo. Se reservaba para el ataque final, el que nunca llegó a necesitar. Con diez vueltas por delante, el motor del alemán se fue a pique. Manos a la cabeza en el garaje del equipo austriaco.
El primer coche de la fila ahora era el rojo de Alonso y el vuelco al campeonato sencillamente espectacular. Vettel y Webber amenazaban de salida con un dominio como el de hace quince días en Suzuka pero terminaron con un «contradoblete», abandono colectivo para instalar el drama en la escudería y trasladar la ilusión a la casa rossa.
Parece mentira, pero Fernando Alonso puede ser campeón en Brasil sin falta de un resultado descabellado. Si gana y Webber acaba por debajo del cuarto, el tercer título irá directo al saco del ovetense y entonces sí que estaría llamando a la puerta de la historia.