Melbourne, marzo de 2007.Fernando Alonso lucía orgulloso el número 1 sobre el flamante McLaren en la primera línea de la parrilla. Detrás, un joven piloto debutante, Lewis Hamilton, criado en Woking desde la niñez y del que hablaban maravillas en Inglaterra. Se apagó el semáforo y el chico de la casa hizo la salida de su vida. Pudo zafarse de Heidfeld, que le tapaba con el BMW, y llegó por fuera a la primera curva. Salió del trance coronado, después de adelantar al campeón del Mundo. Los mecánicos e invitados, todos ingleses, lo celebraron como un gol de los «pross» en Wembley. No les importó hacerlo delante de la guardia pretoriana de su rutilante fichaje. La armonía en la casa de Ron Dennis duró apenas unos segundos, los que tardaron sus coches en alcanzar la primera curva de Albert Park. A la semana siguiente, en Malasia, el círculo íntimo de Alonso buscó el calor de la caseta de Renault para seguir la carrera...
Tres años más tarde Hamilton sigue en McLaren y Fernando Alonso, cientos de esfuerzos y desvelos mediante, trata de brillar con el «cavallino» de Ferrari bordado en el pecho. El asturiano está de vuelta entre los grandes, olvidadas ya las dos temporadas de Renault, castigado a buscar la supervivencia en las catacumbas de la parrilla. Ayer empezó lo serio en el secarral de Bahrein, 47 grados en la pista y la humedad bajo mínimos, sólo el 8 por ciento.
Vettel puso el Red Bull en órbita y se fue con su amplia sonrisa hasta la pole. Los dos Ferrari anduvieron finos y confirmaron lo que la pretemporada había avanzado: el coche está bien parido. Massa y Alonso, segundo y tercero, respectivamente, dejaron atrás al McLaren de Hamilton (siete décimas perdió el inglés) y pusieron en bandeja la primera ración de morbo del año. Los dos gallos del equipo colorado, frente a frente en la melé camino de la primera curva, una lucha por la posición en la que puede haber más palos que en la zona de una cancha de básquet.
Ya se sabe que en la F1 el primer rival es el compañero de equipo, la vara de medir las capacidades de cada uno a igualdad de materiales. El asturiano y el paulista parten de cero, Massa, con la ventaja de su veteranía en la casa, y Alonso, con sus dos títulos en la mochila. Carrera tras carrera se jugarán la soberanía en el campamento italiano, pero están advertidos por el presidente Montezemolo. Nada de líos.
«¿Atacarás a Massa en la primera curva?», le preguntaron a Alonso desde el patio de butacas. «No lo puedo saber. A lo mejor hago una mala salida y tengo que defender mi posición de los que vienen por detrás. O también puede ser que adelantemos los dos a Vettel», zanjó el asturiano en su primera rueda de prensa oficial de la FIA (sólo acuden los tres primeros del sábado y de la carrera dominical) desde Hungría 2009.
A Massa no le gustó mucho la pregunta, agresiva para el tono de compadreo de la comparecencia, pero realmente certera. «Espero que no lo haga», avisó el brasileño.
En la pista de Sakhir la pelea puede ir más allá del primer recodo, porque luego espera un tramo de aceleración hasta alcanzar la curva cuatro, cuando ya se empieza a definir el orden de carrera, terreno pantanoso donde es fácil perder la bigotera contra la parte de atrás de otro coche.
El resumen para Alonso es que está de nuevo con los buenos, que el Ferrari le acompaña y que estará en la lucha por el podio. Junto a Red Bull, la casa italiana cumplió con su papel de favorito. Los ocho pilotos de los equipos grandes estuvieron en la Q3, la lucha final por la pole. Las dos invitaciones sobrantes fueron para Kubica (Renault) y Sutil (Force India). De la Rosa se quedó lejos, decimocuarto, y Alguersuari no pasó el primer corte.