Nadie supo si en las neveras de Ferrari había champán, ni el lugar de la fiesta que nunca se celebró o si finalmente la escudería accedería al torrente de peticiones para entrevistar a Fernando Alonso al día siguiente de convertirse en tricampeón del mundo. Con acierto en la estrategia (la única táctica que funcionó ayer) ocultaron cualquier síntoma que indujera a la confianza. Por la noche, con la decepción, asumieron las culpas. Gran gesto de cara a un piloto que se entregó a fondo 19 carreras y que aceptó como propios sus errores y los que no fueron suyos durante el año.
Fernando Alonso prueba por segunda vez el desagradable sabor de acariciar la gran victoria y perderla en el último momento. Sucedió en 2007, en el otras veces glorioso Interlagos, y repitió ayer en Abu Dabi. Nada que ver con los brillantes títulos de 2005 y 2006.
La Fórmula 1 ya le ha enseñado todas sus caras al asturiano. Tiene diez temporadas a sus espaldas. Sabe lo que es llevar un Minardi lento como una tortuga, también un Renault en crecimiento y apogeo; un gran McLaren enfrentado con el equipo y otro Renault en clara decadencia.
Nadie en la esfera de Ferrari podía ayer ocultar la decepción. Aunque se lo callaban, se veían campeones y el mazazo fue de los que hacen época. Tal fue el error del equipo a la hora de gestionar la carrera que ni siquiera lo negaron. El primero, el presidente. «Hemos tomado decisiones que no eran las adecuadas», dijo Luca di Montezemolo unos segundos después de consolar con un abrazo muy sentido a Alonso.
Ferrari se equivocó al adelantar la parada de Alonso para cambiar neumáticos. Fue un error inducido porque Red Bull fue quien abrió la veda en los garajes mandando para allí a Webber. amparados en un golpe leve, sacrificaron al australiano en la undécima vuelta para enviar la duda al cuartel general rojo. En Ferrari se tomaron cuatro giros para calibrar la situación y eligieron la opción incorrecta. Escogieron el marcaje al hombre y se equivocaron. En la 15 Alonso enfiló la calle de los garajes.
Creían que Webber podría con Petrov y Rosberg, que habían cambiado sus gomas al calor del coche de seguridad de la primera vuelta y se habían catapultado en la carrera. Y quisieron prevenir un adelantamiento del Red Bull con Alonso en el garaje, que le habría colocado quinto, la posición a evitar. Fallaron.
El Renault de Petrov se convirtió en un muro. El coche amarillo tenía más velocidad punta y era imposible acosarle en la larga recta para ajusticiarle en la frenada. El segundo peldaño era Rosberg, pero sin salvar el primer obstáculo era absurdo pensar en el siguiente paso.
Hasta Kubica, que decidió retrasar al máximo su parada, acabó resultando inalcanzable. Las miradas se posaron en Stefano Domenicali. «Siento mucha tristeza en este momento. Cometimos un error con la estrategia por tres razones: perseguimos a un rival con dos coches (Alonso y Massa), fallamos al valorar los neumáticos blandos y no pensamos que resultarían tan complicados los adelantamientos», se sinceró el responsable deportivo de la escudería italiana.
Es decir, que Ferrari hizo todo al revés en Abu Dabi. A sabiendas, colocaron a Alonso en una posición que le obligaba a realizar un par de adelantamientos (Petrov y Rosberg) en el mejor de los casos.
Pasaron las vueltas y la frustración se apoderó de Ferrari. Iba a ser imposible superar al Renault. El Mundial se escapaba por el desagüe. Nadie en la escudería escurrió el bulto. Chris Dyer, veterano jefe de ingenieros, se sumó al discurso. «Estamos destrozados. Teníamos el coche, el equipo y el piloto con el que ganar el Mundial, pero tomamos las decisiones incorrectas y no hay lugar para las excusas. Nos concentramos en lo que podía hacer Webber y quedamos atrapados entre el tráfico. Se puede decir que nos centramos en lo que teníamos detrás y no vimos lo que pasaba delante de nuestras narices».
Alonso se quedó sin su tercera corona pero recogió un chorro de elogios. «No ha sido su culpa», dijo Luca di Montezemolo, orgulloso del asturiano en su primer año en la escudería. «Ha sido muy fuerte, actuó todo el año con determinación y su integración en el equipo es total. Estoy muy satisfecho de él, ha crecido dentro de la escudería y es un trabajador extraordinario, no sólo en la pista», añadía.
Asumidas las culpas, Domenicali sacó pecho por la gran segunda parte de la temporada y por la unión en su equipo. «Poca gente fuera de Maranello pensaba a mitad de julio que podríamos llegar a la última carrera líderes. Así que debemos mantener la cabeza alta. Somos Ferrari y eso significa que estamos condenados a ganar. El segundo puesto es una decepción».