Jugaba el Carlton Football Club el derbi local en la Liga profesional de fútbol australiano y Melbourne casi colapsa. Frente a ellos, el Richmond, equipo de un barrio a las afueras de la capital del Estado de Victoria. Las calles aledañas al estadio se convirtieron en riadas de seguidores luchando por hacinarse en un tranvía de vuelta a casa. En el Etihad Stadium, imponente instalación que comparten cuatro equipos, la única del hemisferio sur con techo completamente retráctil, caben 60.000 aficionados. Todos a la vez en la calle provocan grandes atascos. Ayer no había tanto público en Albert Park, el circuito de F1. La cifra rondaría los 15.000 aficionados, buen registro para no estar los monoplazas ni un minuto en pista. A medio camino de uno y otro lugar, en la playa de Santa Kilda, Fernando Alonso revivió una vieja imagen. Le llamó Ferrari para celebrar su 450.º Gran Premio de la mano de Shell como suministrador de carburante y justo fue a citarle en el Stoke House, un chiringuito con encanto en primera línea de playa; el mismo escenario donde se estrenó en las relaciones públicas como hombre de McLaren en 2007. El asturiano ni siquiera apreció el dato, pasa de cualquier tipo de gafe, más cuando considera que la experiencia con los ingleses le ayudó a madurar como piloto.
Hace ahora tres años que posó con Hamilton después de llegar a la playa en una llamativa embarcación. Con Massa no hubo foto a solas, porque se unió el jefe, Stefano Domenicali, que llamó al estrado al resto de la cúpula responsable del F10. Improvisación impensable en el universo McLaren, igual que tampoco nadie permitiría que, con Ron Dennis en el micrófono, al fondo del local se despachasen cervezas entre la concurrencia, como ayer le pasó al italiano, que llevó la situación con buen humor.
«De las 450 carreras sólo he podido contribuir en una, es poco, pero estoy muy orgulloso», dijo Alonso antes de enfrascarse en el discurso clásico de estos actos. Por momentos, en Ferrari prendió de nuevo el espíritu de Madonna di Campiglio, interacción total entre el mundo rosso y su entorno.
En la cálida noche junto a la playa, el humo de las barbacoas delataba la existencia de apetitosas viandas. Ni Alonso ni Massa se quedaron a cenar. A la puerta del restaurante, la colección de Ferrari era de aúpa. Antes de salir, los pilotos firmaron fotos al personal del restaurante. Unos las firman y otros las hacen. El primer gesto de Jaime Alguersuari al ver la tarta que le prepararon en Toro Rosso por su vigésimo cumpleaños fue sacar su teléfono y fotografiarla. Al poco rato apareció colgada en su Twitter personal. Seguro que el piloto habría preferido alguna pieza para el coche. «Mi trabajo es pilotar y el suyo que el coche mejore. Estoy seguro de que llegarán las piezas y creo que este domingo, con lo caóticas que son aquí las carreras, Buemi y yo estaremos más cerca que nunca de los puntos», comentó.
Otra de las imágenes del día la protagonizó la japonesa Misa Kimura. Entre la melé de aficionados en busca de autógrafos emergió con una bandera asturiana. No tiene nada que ver con aquella compatriota que seguía a Alonso por medio mundo y conocía su vida y milagros. Misa apenas acertaba a susurrar el nombre del piloto al preguntarle por la bandera. Al resto de cuestiones, una sonrisa por respuesta y la bandera al viento.
Entre los aficionados que pedían un autógrafo surgió una japonesa con una bandera asturiana