Fernando Alonso, besando una copa; Fernando Alonso, con los puños en alto; Fernando Alonso, agitando el champán; Fernando Alonso, cargando un trofeo al hombro; Fernando Alonso… en su medio natural: el podio. Se subió el domingo pasado al de Abu Dabi y ya no le queda ninguno por probar del actual calendario. En sus diez temporadas en las carreras ha pisado 26 pistas y las ha podido contemplar todas desde el cajón. Todas menos una. La austriaca A1 Ring. «Si vuelve al calendario, habrá un gran motivo para tratar de acabar en el podio», escribió ayer el asturiano, ya de vuelta en casa, en el diario que firma en la página oficial de Ferrari.
El regreso es improbable a medio plazo, visto hacia donde camina el negocio, con menos pistas en Europa y más carreras al calor de los nuevos centros del poder y dinero. El fin de semana de Abu Dabi hace de ejemplo. Un Mónaco en el golfo pérsico, un lugar para ver y ser visto, una isla artificial donde crece el circuito junto a barcos de lujo con música y champán hasta la madrugada, en un país donde sólo se despachan copas en los bares de algunos hoteles.
Poco a poco, con el paso de los años, Fernando Alonso se ha ido subiendo a todos los cajones. Esta temporada dejó su primera huella en los últimos que se le resistían: Valencia, India –era la primera edición– y Abu Dabi.
Son veinte los podios del ovetense en sus dos cursos vestido de Ferrari y 73 en el total de su carrera, sin dejar una temporada en blanco desde que se liberó del martirio que era intentar lleva a la meta el Minardi de su bautismo. Ni siquiera falló en 2009, cuando escaló milagrosamente hasta el tercer peldaño de Singapur, el único de todo el año, cuando su segunda etapa en Renault con el nefasto R29 estaba finiquitada.
El Gran Premio de Austria ya no apareció en el calendario de 2004 y Alonso se quedó sin descorchar champán allí. Estaba descartado en 2001, cuando arrancó la carrera en el lugar natural de Minardi (18.º). Llegó a rodar 13.º, pero dos vueltas más tarde, los achaques del monoplaza se tradujeron en la rotura del cambio.
El aprendizaje de 2002 llevó a Alonso a hacer de probador y al año siguiente, ya con un asiento fijo en Renault, tuvo su gran oportunidad en Austria. Tocaba la sexta carrera del año y venía de hacer podios en Malasia (3.º), Bahrein (3.º) y Nürburgring.
Era un «seminovato», un sophomore en la jerga de la NBA, que aparecía por A1 Ring tercero en el Mundial y mirando a los ojos a Kimi Raikkonen (McLaren) y Michael Schumacher (Ferrari), que acabaría ganando el título.
No tuvo suerte en la clasificación, que entonces se hacía a una sola vuelta. «Comencé muy bien pero cometí un error que me sacó de la pista y me pone al final de la parrilla. Pero tengo confianza y creo que podré recuperar unos cuantos puestos, incluso, quién sabe, sumar algún punto», dijo entonces el piloto español, que todavía no había cumplido 21 años.
Y en ésas estaba cuando el motor del Renault se rompió y le dejó fuera de carrera. Rodaba octavo en la vuelta 44. Nunca más se corrió allí. Alonso tenía entonces nada más que tres podios y aún no había ganado un Gran Premio. Fue ese mismo verano, en Hungría. Cuando en España apenas empezaba a hacer ruido ese muchacho asturiano que subía al podio en la Fórmula 1. El pelotazo de Hungría, el 24 de agosto de 2003, pilló al país a contrapié.
Alonso comenzó después a tejer su leyenda. Engrandeció sus números hasta el infinito. Dos títulos, decenas de podios y un torrente de admiración al tiempo que crecía su figura.
El resumen de Alonso en la Fórmula 1 deja 27 victorias y 73 podios en 175 participaciones, además de la doble corona, el amargo subcampeonato del año pasado, la pelea, solo contra todos, en McLaren y la entrada en Ferrari por la puerta grande con paso intermedio por Renault. Una carrera de genio a la que le falta un capítulo que sería de oro: un título bajo la mística rossa.