El equipo mantuvo al ovetense en pista porque no le iba del todo mal con sus gomas duras y sólo así podía ganar posiciones. Y las ganó hasta llegar a colocarse en la quinta plaza (vuelta 35), otra vez a la vera de Massa, cuando ya era el único que no había pasado por los garajes.
Cuando lo hizo regresó séptimo, a 11 segundos del brasileño. Pero con los neumáticos blandos bien frescos empezó a castigar el cronómetro y llegó a creer que podría hacer una heroicidad de las suyas aun con el lastre de un cambio capado en su funcionamiento. En ocho vueltas le restó toda la distancia a su compañero. Cerraba un minipelotón que comandaba Button. Pero cuando el español se unió a la lucha, el otro Ferrari rompió la baraja. Superó al inglés sin demasiados problemas y se perdió en el horizonte.
Para Alonso era imposible apurar la frenada con el ejercicio malabar que debía hacer en cada curva. Aun así lo intentó, batallador, herido en su orgullo y crecido por haber podido manejarse con cierta soltura a pesar de todas las taras. Pero su intento de irse a por el inglés fue más una apuesta a la desesperada, poner todas las fichas a un mismo número cuando el casino está a punto de cerrar.
Se subió al alerón del McLaren y apuró hasta el final, en busca de un adelantamiento que le dejase irse de Malasia con cuatro puntos y un liderato afianzado, aunque también el noveno le valía para comandar la tabla. Pero se pasó de frenada, perdió la línea buena y Button recuperó su sitio.
Unos segundos después, la trasera del coche rojo empezó a despedir el temido humillo blanco. Rotura de motor y un cero para el casillero. Massa se quedó con el séptimo puesto y con el abandono de Alonso sube a la proa del campeonato. En el resumen, los dos pilotos de Ferrari siguen al frente del Mundial de pilotos y la escudería domina la tabla de constructores. No es mal balance tras fallar el equipo en la táctica de la clasificación del sábado y la doble avería –embrague y motor– de ayer.