Nunca se había perdido Fernando Alonso una sesión clasificatoria en nueve temporadas de Fórmula 1, así que se hacía raro, muy raro, verlo en el box rumiando su desgracia, mala suerte o desliz a la hora de culminar la colina hacia el casino. Era testigo de lujo de la pole de Mark Webber, seis de seis para Red Bull, y de la sorpresa de Robert Kubica, en primera línea con el Renault. Un rato antes, en Massenet, el nombre que quedará grabado para siempre entre los peores capítulos de una carrera gloriosa, el asturiano había enterrado las ilusiones de un fin de semana que tenía una pinta magnífica. De candidato claro a la pole, a tomar la salida el último de los 24 coches y, además, desde el pit lane.
Llegó a 270 por hora a una de las zonas más rápidas del circuito. Pero frenó un poco más tarde de lo que debía y el neumático delantero izquierdo se bloqueó. Llevaba el compuesto duro y el coche rojo se convirtió en una bala sin control. Siguió frenando, disminuyó su velocidad todo lo que pudo, pero no evitó el choque contra la barrera. Se deslizó el F10 por la barandilla, como un crío por un tobogán, hasta que se detuvo, herido de muerte. Cuando el piloto se bajó y salvó de un salto la valla, todavía no sabía que su aventura se había acabado, que ya no podría ganar hoy en Mónaco. Al rato, un escalofrío recorrió el garaje rojo. El chasis estaba arruinado. «Fernando no podrá salir a la clasificación», susurraban desde el box.
La noticia corrió como un reguero de pólvora. De la sala de máquinas ferrarista al paddock, de allí a la sala de prensa y, de golpe, al mundo entero. A las 12.39 había conmoción en Twitter, la red social de noticias instantáneas. Los cientos de webs de F1 se fueron haciendo eco poco a poco de lo que pasaba en Montecarlo.
No había forma humana de que Alonso participase en la clasificatoria, solamente hora y media más tarde. Primero porque el reglamento sólo permite usar un chasis por día, y segundo porque era imposible armar en ese tiempo el mecano imposible de un Fórmula 1. Así que no participó en la toma de tiempos.
Los problemas en el cambio y la suspensión, el diagnóstico inicial a golpe de imágenes de televisión, eran salvables. Pero el chasis no. El cuerpo del monoplaza requiere un mimo especial. Hubo consultas al director de carrera y Charlie Whiting acabó cediendo. Dio permiso para el cambio, pero ya era demasiado tarde. Quizá lo concedió porque sabía que ni siquiera los mecánicos de la Scuderia, famosos en el paddock por su rapidez, podrían arreglar el descosido.
«¿Pero no tienen coche de reserva?», se preguntaba más de uno. Pues no. Desde 2008, cuando en la Fórmula 1 comenzó la carrera por el recorte de gastos, quedó prohibido el llamado «muleto», que obligaba a los equipos a llevar un equipo humano específico para un monoplaza que nunca salía a la pista.
¿Y por qué no había tiempo para montar el chasis? Pues porque se necesita un mínimo de tres horas de ensamblaje, aunque ayer, los chicos de Ferrari, cuando supieron que no podrían salir, se tomaron un rato más. Cuestión de minuciosidad. Colocar el motor, el cambio, la centralita… es relativamente sencillo, pero se deben acoplar de nuevo la suspensión, acoplar los pedales y demás. La operación más compleja es la instalación de todo el cableado. Fibra óptica para las comunicaciones con el box, el sistema eléctrico y un millar de sensores.
Así que hoy Alonso iniciará el GP de Mónaco en la calle de los garajes, en último lugar y por detrás de los Hispania. Renunciando al parque cerrado después de la clasificación, en Ferrari hubo tiempo para trabajar. Al fin y al cabo, daba igual estar a la cola del pelotón que al acecho en el carril lento.