Sabor asturiano en la F1

Antes de pilotar el F10, Fernando Alonso hizo sus pinitos entre fogones con el cocinero mierense José Andrés, triunfador en Estados Unidos

| 12/06/2010

Una alerta en el buzón de correo electrónico advierte de que ya no quedan entradas para la carrera del domingo. Primer pleno de la temporada en la Fórmula 1, necesitada de golpes de moral como éste. Montreal siempre responde, sedienta de espectáculo después del paréntesis del año pasado. La carrera más animada del Mundial se canceló en 2009 porque Bernie Ecclestone no entiende de sentimientos y sí de chequera. No hubo acuerdo con los organizadores y los coches ignoraron América. Ahora vuelven y es como si nada hubiera pasado, asumiendo con naturalidad la ausencia y celebrando el regreso. Ahí está el fenomenal circuito Gilles Villeneuve, espectacular pista semiurbana, en la isla de Notre Dame, a menos de tres kilómetros del downtown de la capital de Quebec.

Luce menos el paraje campestre con el cielo encapotado como estaba ayer. En el bosque que atraviesa la pista aún se ve alguna marmota. Las pocas que se les ha pasado por alto al grupo ecologista que las recoge en las previas del Gran Premio y las pone a salvo de los coches. El lunes, cuando regrese la calma, las devolverán a su hogar.

Anda Fernando Alonso con la mosca detrás de la oreja. El F10 es idéntico al que naufragó en Turquía aunque se le supone mejor adaptación a la pista canadiense, un circuito de motor, de fuertes aceleraciones y grandes frenadas. Y luego está el muro, amenazante a la salida de la chicane de antes de meta, un paredón que se roza a cada paso.

Llega la primavera y Montreal se echa a la calle. «El invierno aquí es muy duro, yo apenas salgo de casa», explica Jorge, mexicano y camarero del hotel Westin, con 18 años de vida en Canadá. Impresionan las fotos de las nevadas, los testimonios de haber pasado por los 25 bajo cero y conocer que la vida en el centro de la ciudad se traslada entonces a una suerte de laberínticos pasadizos subterráneos llenos de tiendas, restaurantes y centros comerciales. No hay rastro del sufrimiento invernal. La calle Crescent es un hervidero cerca de la medianoche. En las aceras bullen las terrazas de los restaurantes italianos, clubes de jazz y discotecas. La oferta es más que amplia.

En el lujoso hotel el camarero se frena en seco cuando ve a Fernando Alonso aparecer por uno de los salones. No reconoce a José Andrés, que pasa un par de minutos más tarde. El cocinero asturiano que triunfa en Estados Unidos y el piloto van a ofrecer una estampa pintoresca.

En la sala reservada hace un rato que corren las copas de vino blanco. Los camareros sortean los corrillos con bandejas repletas de canapés. Triunfa la aceituna de aspecto gelatinoso, una burbuja verde sobre cucharilla. José Andrés se pone al mando. Le ha contratado para la ocasión Silestone, la casa de encimeras que patrocina al piloto. «Estoy aquí porque me lo han ordenado mis hijas. Les dije que me habían ofrecido un acto con Fernando Alonso y les pregunté si debía venir. ¡Me han obligado a aceptar! Así que, Fernando, ya puedes ir firmando tres autógrafos». Carcajadas en el patio de butacas para el inicio del show del cocinero mierense. Domina la escena, no necesita presentador y llega a hacer sombra al piloto. Se le nota que en su día triunfó en la televisión. Luego saltó a Estados Unidos, a Washington, y se hizo de oro con El Jaleo, su restaurante. Tiene allí cuatro más y otro en Los Ángeles. Triunfador.

Habla de cocina molecular y Alonso le mira ojiplático. «Yo cocino para sobrevivir», dice. «Tortilla, arroz... lo que sea menos pasta, que es el menú obligatorio en las carreras». El cocinero le pide que pulse el botón de la licuadora para rematar un gazpacho. Luego embadurna la encimera de chocolate, lo hace también el piloto y preparan una original mousse.

Dos asturianos triunfadores, mano a mano en la cocina. Alonso está disfrutando pero no puede quedarse. Entre bambalinas, su representante mete prisa. Hay que irse a un acto promocional de Ferrari. Prohibido hacer esperar al equipo. Por si acaso, la Scuderia había enviado a Roberta Vallorosi para «secuestrar» al piloto si fuera necesario. Es su sombra en los circuitos, la guardiana de todos los movimientos de la prensa en torno al asturiano. En Montreal tuvo trabajo extra.

Una imagen del piloto con el cocinero mierense José Andrés en Montreal, al que ayudó a elaborar diversos platos durante un acto publicitario.

 

 

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