No tiene puntos en el casillero pero empieza a ver la luz. En Silverstone, Pedro de la Rosa estuvo por primera vez en la temporada en la Q3, entre los que luchan por la pole. Pelea eufemística porque anduvo lejos, pero el premio de salir noveno no se lo quita nadie. Le recomendaron de todo al barcelonés para frenar su mal fario. El Sauber no es un gran coche, está para hacer lo justo, como los siete puntos que ya tiene su compañero Kobayashi, «mejor piloto de lo que la gente se cree», en el juicio del español. El gafe de los abandonos le persiguió sin descanso. «Háztelo mirar, Pedro», le decían en el paddock. No le quedaba otra que la sonrisa de resignación y emplazarse a la siguiente carrera. Le dolió el abandono de China, rodaba cuarto cuando el motor dimitió. «Todavía me despierto dándole vueltas», reconoció ayer. Fue un gran día el de Silverstone, a falta de rematar hoy la faena. «No me planteo nada para la carrera. Sólo salir bien, mantener el ritmo y aguantar el tirón de los que tengo delante».
Ya en Valencia hace dos semanas dio buenas señales. Acabó la carrera décimo, en los puntos, pero perdió dos posiciones por el baile final de sanciones a cuenta del jaleo que se montó con el coche de seguridad. Le dio igual. «Ya sé que puedo acabar en los puntos. Lo demás no me importa», contó aquel día. Lo guardaba en secreto pero ese fin de semana tenía ayuda especial. En su camerino colocó una pegatina con la imagen de la Virgen de Covadonga, el adhesivo del famoso «Yo conduzco, ella me guía», icono de las asturianía kitsch. «No pido resultados, me vale con que me proteja de los accidentes», asume el piloto para no tentar la suerte.
De este tipo de aparataje se encarga Miguel Ángel, su fisioterapeuta, que lo mismo le da un masaje que le recalienta un plato de pasta. «Ahora Pedro está con las televisiones, mejor me lo llevo otra vez al horno». Lleva una pulsera con el símbolo del trisquel celta, «regalo de un amigo asturiano», igual que la pegatina de la Santina. «Yo guardo todos los amuletos», reconoce.
«Pero no la llevo dentro del coche, la tengo en mi cuarto del motorhome». De la Rosa puntualiza mientras sale a la carrera del pabellón de Sauber. El plato de pasta se enfría sin remedio y un poco más allá, Reyes, la esposa del piloto, charla con dos invitados de la escudería junto a la barra.
El barcelonés había analizado su día unos minutos antes. «No di la vuelta perfecta pero sí fue buena». Se la jugaba a una carta en la Q3 porque únicamente tendría un intento. «Sólo me quedaba un juego de neumáticos blandos nuevo y era una tontería probar con uno usado. Fue buena, no perfecta, pero sirvió. Al coche le vienen muy bien estas curvas rápidas, como Copse, que se pasa a fondo».
No sólo se coló con los mejores sino que también ganó a su compañero, el sorprendente Kobayashi. «Es muy importante para el equipo, pero también para mí en el plano personal. Me demuestro que todavía tengo el cuchillo afilado después de tantos contratiempos».
Entre unas cosas y otras, De la Rosa solamente ha terminado tres carreras, en Australia, Turquía y Valencia. «Estoy tranquilo porque no podía hacer nada cuando nos sucedían todos los contratiempos posibles, las roturas de motor y demás». Ahora, de la mano de la Santina, Pedro sueña con sus primeros puntos de la temporada.
Pedro de la Rosa, en el garaje de Sauber. Archivo
