Monza recibe con los brazos abiertos a los amantes de la velocidad y avisa desde kilómetros antes de que esto es territorio de carreras. Aguanta la pista legendaria las embestidas de la modernidad, resiste como los viejos Spa y Silverstone en un calendario plagado de innovación, circuitos impersonales, matemáticos, salidos en serie de la factoría del arquitecto Herman Tilke. Italia cierra la temporada europea. Hace diez años la F1 llegaba al Viejo Continente en la cuarta cita del año y cuando lo dejaba al Mundial le quedaban tres estaciones. Tanto cambian las cosas que en 2011 el estreno será en la quinta del año y al salir todavía faltarán seis fechas. El que se despiste con el avión de vuelta en Brasil aparecerá en casa el 1 de diciembre: fórmula 1 a las puertas de la Navidad.
En la pista italiana todo es auténtico. Aparece el circuito en medio del inmenso parque Real de Monza, algo más que un pulmón, una reserva natural rodeada por altísimos muros de piedra. Aficionados por todas las esquinas a tres días del Gran Premio. Allí llegó Fernando Alonso a media mañana, sonrisa de oreja a oreja en su primera presencia como piloto local.
Venía en un coqueto Fiat 500 color «rosso corsa», el inconfundible de Ferrari. La multitud se le vino encima. Un asedio agradable en busca de la foto con la estrella. Le gustó mucho menos el de por la tarde en la sala de prensa. Lluvia de flechas a cargo de los arqueros ingleses. Hubo menos violencia que en Alemania, cuando el interrogatorio bordeó el acoso, pero a Alonso volvieron a cobrarle facturas por sus actitudes del pasado.
Dijo la FIA que no cabía más castigo por las órdenes de equipo que los 80.000 euros decretados en Hockenheim. El informe de la investigación es de 260 páginas y la Federación concluye que, con la ambigüedad de la norma, «no habría sido apropiado aplicar una sanción mayor».
Asunto resuelto para el asturiano, centrado en su estreno en Italia con los colores de Ferrari. No para los medios ingleses, tan poco amigos del español como de su equipo, eterno rival de la amada McLaren. Esta vez la cayeron sólo seis preguntas. Le pidieron que opinase sobre la «no sanción» del jueves en París; le sugirieron la posibilidad de haber salido libre para permitirle continuar vivo en el Mundial. No entró al trapo.
Contestó un seco «yes» al periodista del supersensacionalista «News of the World», que recuperó aquellas palabras de 2006 del asturiano («La fórmula 1 no es un deporte») y que le preguntó si un hipotético título este año sería tan bueno como los otros dos que tiene. Se vino arriba el británico. «¿Cree que sería un Mundial limpio, ganado en la pista y no en los despachos?». De nuevo, afirmación seca del piloto: «Yes».
A la séptima se lanzó el español: «Respetad las decisiones de la FIA. Estad tranquilos y aceptadlas, como hacemos nosotros», dijo.
El acoso británico no fue suficiente para estropearle el día. Se siente «un hombre superfeliz en _Ferrari, el mejor sitio donde podría estar». Hubo cóctel en el campamento de la Scuderia, pequeña fiesta para presentar el libro del veterano Ercole Colombo, fotógrafo de la casa, que recoge los 20 años del encuentro invernal de Madonna di Campiglio.
Buen rollo antes de salir a la pista, sonrisas en torno al «cavallino», banderas italianas, vino espumoso y una selecta muestra de conservas del Piamonte en honor del bueno de Ercole. Y trabajo, mucho trabajo de relaciones públicas, que para eso juegan en casa. Se vuelca también el Santander, 1.500 invitados en su infinita lista de este fin de semana. Suspiran por una victoria que mantenga viva la llama. Fernando Alonso tiene sus cálculos para ser campeón: «No sé si ésta es la última oportunidad, pero sí una de las últimas. Tenemos ésta y Singapur para recuperar puntos, pero quedan seis carreras y si estamos en el podio en las seis y al menos ganamos dos tendremos claras opciones».