Quinientos kilómetros al sur de Tokio se juega otra mano clave en la partida por el Mundial. A la mesa, cinco pilotos esperando naipes con la esperanza de no ser el primer descartado. Webber y Alonso llevan buenas cartas, Hamilton y Vettel también presumen de opciones y Button ya piensa en tirarse faroles para recuperar el crédito de 25 puntos que lo aleja de la cabeza. En la húmeda y siempre cambiante pista japonesa, se recupera la guerra de nervios de Singapur. Más que nunca hasta ahora, pero seguro que menos que cuando la fiesta se celebre en Corea, las estrategias y las decisiones de equipos señalarán a los elegidos. En la «casa rossa» tienen una ventaja. Saben de sobra quién es su caballo ganador. No tienen más que mirar el reparto de puntos.
«No me duele por no ayudar a Alonso, sino porque quería hacerlo bien en esta carrera». Cuando el Ferrari de Felipe Massa se rompió en Singapur, la prensa de su país rápidamente pellizcó la lengua de su piloto. La relación con el español no es una balsa de aceite. Se soportan porque no tienen más remedio y se toleran por el enorme respeto que ambos le tienen a la marca. Hace semanas que el brasileño es el segundo piloto del equipo. Nadie lo ha nombrado, nadie lo ha decidido. Sólo ha sido el dictamen de la pista, el mejor lugar para resolver estos duelos. La clasificación general no engaña y menos todavía el rotundo 11-4 a favor del asturiano en la partida de los sábados por un lugar en la parrilla. Pero en Maranello quieren a su Felipe enchufado. Lo necesitan a tope, concentrado, listo para robar a los cuatro rivales de Alonso todos los puntos que pueda, también para intentar el asalto a un campeonato de constructores que se les va complicando poco a poco.
«Es un gran piloto y espero que nos ayude en este final de temporada. Debe luchar por ganar, por estar arriba, por alcanzar puestos acordes a su calidad». Entre los halagos se desliza el toque de atención, un aviso sutil de que en la casa no quieren sustos en el último sprint. Las palabras son la primera autoridad en Maranello, el presidente Luca di Montezemolo, que no tolerará rebeliones a bordo cuando el barco se la juega en la ceñida decisiva.
También Alonso lleva el discurso aprendido y, con la lógica aplastante de las matemáticas, mira de reojo a su compañero. «El resultado me interesa si yo termino en el podio y él puede colocarse delante de mis rivales. Si yo termino octavo no me sirve de nada lo que él pueda hacer».
De momento, el brasileño parece haber despertado. Encadenó tres ceros en Canadá, Valencia y Silverstone. Pero a la vez que el F10 empezaba a parecerse a un coche competitivo, sus resultados mejoraron notablemente. En las cuatro siguientes citas logró dos podios (Alemania e Italia) y también un par de cuartos puestos (Hungría y Bélgica). Todo esto antes del paso atrás en Singapur, donde al menos rescató cuatro puntos con su octavo lugar después de salir desde el último hueco de la parrilla.
Con la pista de Suzuka afianzada como sede del Gran Premio de Japón, el brasileño regresa a un lugar donde no corre desde 2006, cuando terminó segundo, precisamente por detrás de Alonso. Las dos siguientes carreras fueron en Fuji, ya descartado del Mundial por cuestiones económicas. Y Massa no estuvo el año pasado, cuando faltó por su grave accidente en Hungría. Una pista de buenos recuerdos para los dos hombres de Ferrari.