Había nervios en Ferrari la tarde en que España iba a ganar el Mundial de fútbol. El suyo, el de Fórmula 1, se les estaba complicando. Aquel 11 de julio, en Silverstone, Fernando Alonso largó un órdago de los buenos. «Vamos a luchar por el título». Habían pasado diez carreras y sólo había conocido tres podios. El español perdía 47 puntos con el líder, que entonces era Hamilton y, además, había desaprovechado la leve mejoría del F10 en las dos citas previas. La cosecha de puntos fue pobre y en Inglaterra pagó sus palabras de quince días antes en Valencia, cuando cuestionó a los comisarios por una acción de Hamilton y el coche de seguridad. Acabó decimocuarto, sancionado por saltarse una chicane durante una lucha con Kubica.
Alonso habló a los ingenieros y mecánicos y les pidió un esfuerzo extra. También él lo haría, porque no iba a tirar todo por la borda a las primeras de cambio. Nadie en la Scuderia dudó. El asturiano es un tipo sereno, pragmático, pero algo supersticioso, y estaba seguro de que la mala suerte no sería eterna.
Hasta aquel día le había pasado de todo. Errores propios, también ajenos, del equipo, de los árbitros, malas salidas, patinazos… Un rosario de calamidades le complicaba su primer año en Ferrari.
La tortilla empezó a girarse en Alemania en medio de una gran polémica. Ganó por una controvertida decisión de la escudería, que estaba con el agua al cuello y apostó por él en lugar de Massa. Dieron en el clavo porque Alonso no dejó de crecer desde entonces.
De desahuciado, a candidato; de criticado, a temido; de sospechoso, a ídolo. Cinco de las seis últimas citas le han tenido en el podio, dos en el escalón más alto. Faltó en Bélgica, fin de semana nefasto para Alonso, que terminó en la cuneta una tarde gris y lluviosa en la pista de Spa. Salvo ese lunar, corriente positiva en la persecución de un Mark Webber que no falla.
El asturiano está en el ajo, pero no lo va a tener fácil. Pierde 14 puntos con Webber e iguala con Vettel. Más atrás vienen los dos McLaren, ya demasiado forzados. Dice Alonso que seguir en el podio le dará el título. Cuenta con que Webber cometa un error, que el Red Bull le abandone alguna vez. Sólo dejó sin terminar la carrera de Valencia en todo el año, cuando su coche salió volando en un incidente escalofriante con un Lotus. El resto, siempre en los puntos. «Quedan tres carreras y debo seguir igual. Hace unas semanas Hamilton era el gran rival, luego pasó a Alonso. Va cambiando, pero lo más importante es que el hueco aumenta y todo va en la buena dirección», dijo el piloto australiano después de acabar segundo el domingo pasado en Japón.
Tiene mérito que el español todavía tenga al Ferrari metido en la lucha. Los coches de Red Bull han sido muy superiores en casi todas las pistas, pero sus pilotos no han sabido cerrar el campeonato. A tres etapas del cierre en Abu Dabi, todavía Webber y Vettel pugnan bajo el mismo techo por el campeonato. La última escudería que llevó sus dos coches hasta el sprint final fue McLaren en 2007. El resultado es conocido. Tan al extremo llevaron la batalla entonces Hamilton y Fernando Alonso que acabaron entregando el Mundial a Raikkonen.
Ahora el asturiano interpreta el papel del finlandés. Es el que viene recortando desde muy atrás, a la espera del momento fatal en la escudería austriaca.
En la imagen Alonso, tras Webber y Vettel, en los primeros compases de la carrera de Japón. Reuters