Los mejores sueños de la Fórmula siempre llevan a Interlagos. En el circuito José Carlos Pace, en pleno São Paulo, en un promontorio y pegado a una favela, casas bajas desvencijadas junto a la pista, se han resuelto los últimos cinco Mundiales. Daba igual que fuera la última _carrera o no. Desde 2005, cuando Fernando Alonso se colocó su primera corona, todos los campeones se decidieron en el mismo lugar. El asturiano repitió en 2006, vio cómo Raikkonen se llevó en 2007 el título por el que peleaba con Hamilton, y asistió sin voz ni voto a las tardes de gloria del propio Hamilton (2008) y de Button (2009).
«No creo que esta vez se resuelva todo en Brasil, las cuentas se harán en Abu Dhabi», palabras de Alonso pasadas por el filtro de Ferrari, pura propaganda defensiva para prevenir la euforia. No lo tiene fácil el asturiano, que llega líder pero acosado por los tiburones de Red Bull, con Webber al frente de una nave desnortada que puede dejar escapar un Mundial cantado para ellos, y con Hamilton en la retaguardia, el colmillo afilado hasta que las matemáticas le saquen de la foto.
Y luego está el papel de Massa, decepcionante este año pero siempre activo en Brasil. Al fin se esfumaron sus dudas y ayer, a preguntas de periodistas de su país, admitió que cedería la victoria a Alonso si fuera necesario. «Si depende de mí, ayudaré, ya lo hice en 2007 (con Raikkonen)».
Que nadie espere a estas alturas milagros en el F10. El coche favorito se llama Red Bull, el más rápido, al que más va a querer la S de Senna, sucesión de curvas con forma de culebra en la mítica pista brasileña. En Maranello han preparado para el Ferrari detalles aerodinámicos para la parte delantera, leves retoques para mantener el ritmo y seguir soñando con el título. Fernando Alonso acaricia el tercero pero el trago brasileño mete miedo. Más si al final llueve, aunque de las previsiones de inestabilidad se ha pasado a un fin de semana más bien tranquilo, sólo con el sábado bajo el riesgo de _chubascos.
