Lo anunció Alonso con el aplomo del que sabe que tiene una carta guardada. Prometió batalla en la salida, aunque pocos le creyeron del todo, a la vista de los precedentes; pero al apagarse el semáforo saltó la banca con el Ferrari. En la aceleración ya superó a Hamilton, y se fijó después en Vettel, que luchaba con Webber por el primer lugar. Agazapado a la estela del alemán, sigiloso como un felino, encontró hueco por la parte derecha. Sin dudar, apuró los casi 800 metros hasta la primera curva. Descargó toda la energía acumulada en su «KERS», navegó a golpe de volante y ganó un espacio de oro que le puso en el lado bueno cuando la carretera comenzaba a girar. Líder. Increíble. Del cuarto al primero en un suspiro. La salida del año, que será seguro la de la temporada. Una maniobra única, de maestro, llena de riesgo y al alcance de pocos pilotos. Al primer paso por meta el coche rojo en cabeza trasladó a la tribuna un potente rugido. El sueño podía hacerse realidad; pero la fábula se rompió cuando se fue al cambio de neumáticos. Al reordenarse la carrera ya no pudo volver a la punta. A Alonso lo machacó la lógica que sólo él se había atrevido a desafiar frente a coches que están a años luz de su incapaz Ferrari.