El mejor día en la vida de un mecánico de F1 llega el sábado por la tarde, en la víspera del Gran Premio. Desde ese momento queda prohibido tocar el monoplaza, nada de mejoras, nada de pruebas, ni siquiera pequeños ajustes. Un alivio para tipos que, según vaya el fin de semana, tienen muchas opciones de no sumar más allá de diez horas de sueño en un par de noches.
Una vez repartidos los puestos en la parrilla se imponen las condiciones de parque cerrado. Prohibido apretar ni una tuerca. Hasta la temporada pasada, la FIA custodiaba los coches en su propio garaje. Con el aumento de participantes, la logística se complicaba y ya en Bahrein practicaron una nueva idea. Cada escudería guardó su propio vehículo, pero los garajes se convirtieron un «Gran hermano», con cámaras de seguridad dotadas de un dispositivo de visión nocturna para ahuyentar las tentaciones de hacer trampa.
Mientras dura la sesión de clasificación, el delegado técnico de la Federación, Jo Bauer, tiene acceso a ellas. Después se activa el modo nocturno: ofrecen una visión completa del coche y detectan todo movimiento a su alrededor. «Cuando el monoplaza vuelve al garaje, la entrada queda sellada con un cierre a prueba de manipulaciones. Un vigilante de seguridad se sienta ante los monitores con la orden de alertar al personal técnico en caso de sospecha», dicen desde la FIA.
Ninguna escudería puso problemas a la nueva medida, incluso colaboran con la Federación Internacional a la hora instalar las cámaras. Además de evitar fraudes, cumplen también con tareas de seguridad. Hace años que no se dan casos de robos en la F1, pero en una ocasión, ya lejana, los volantes del equipo Minardi y un buen número de ordenadores portátiles desaparecieron de su garaje la noche anterior a la carrera. Entonces se habló de un posible sabotaje, casi imposible de cometer ahora impunemente gracias a las cámaras de seguridad.