Aunque el circuito de Hockenheim se encuentra a menos de 50 kilómetros de Heppenheim, la ciudad de 25.000 habitantes donde nació y se crio Sebastian Vettel, el nuevo doble campeón del mundo, mamó automovilismo en el karting de Kerpen, muy cerca de Colonia y a 250 kilómetros de su casa. Allí nació Michael Schumacher y fue donde el pequeño Sebastian se fotografió cientos de veces junto al Kaiser, al mismo tiempo que iba conociendo sus hazañas en la Fórmula 1. Gerhard Noack fue el gerente de la pista durante más de dos décadas y al poco de conocer al chico dio cuenta del hallazago a quien entonces dominaba las carreras con maneras imperiales subido a un Ferrari. «Nunca había visto tanto talento como tenía Michael hasta que apareció por allí Vettel». Schumacher lo apadrinó y con el tiempo al muchacho empezaron a llamarle Baby Schumi, por su frialdad, sus maneras, su instinto ganador y, sobre todo, su talento.
Ayer el segundo título de su paisano alteró la calma habitual de un pueblo rodeado de viñedos que disfruta de los triunfos del vecino más reconocido que jamás hayan tenido. Sebastian Vettel (Heppenheim, 3 de julio de 1987) acumula títulos de precocidad en la Fórmula 1. En Suzuka añadió el de bicampeón más joven a una larga lista (campeón del mundo, vencedor de un Gran Premio, podio, pole y primer punto sumado).
Hijo de Norbert y Heike, tercero en una familia de cuatro hijos, fue el único que se animó a esto de las carreras después de que su hermana Stephanie abriese el camino en la casa.
Cuando el dinero se agotaba, la aparición de Gerhard Noack resultó clave. El resto vino rodado gracias a su talento y madurez.
Tras dejar el Mundial casi resuelto en Singapur pisó la pista del Amber Lounge, la fiesta de moda en la F1. Es muy raro que aparezca en los saraos de los domingos de carreras y de allí se fue cuando apenas se intuían aún lenguas de trapo. Sale con Hanna Prater desde hace años, rubia como él, y siempre lejos de los focos. «Como buen alemán, soy ahorrador», dice. Tanto que sus íntimos saltan a la categoría de tacaño. Será porque aún tiene fresco el esfuerzo de su familia para sacarle adelante en la competición y cómo su padre hacía de mecánico en el karting cuando las tarifas eran de 1.000 euros el fin de semana. Imposible para el matrimonio Vettel, albañil y ama de casa.
Asegura que conoce el paro y los golpes de la crisis por sus compañeros de estudios, de cuando se inclinaba hacia las ciencias. Amigos que le siguieron muy de cerca al tocar techo en el karting y llegar el año de su despegue.
Debutó con los monoplazas en la Fórmula BMW (2003) y se llevó el certamen de calle, con 18 victorias en 20 carreras.
Helmut Marko lo reclutó para el programa de pilotos de Red Bull y en 2006, todavía con 18 años, fue el piloto más joven en ponerse a los mandos de un Fórmula 1. Fue en Turquía, como probador de BMW, y allí asombró a todo el paddock marcando el mejor tiempo en la segunda sesión del viernes.
Un accidente de Kubica en Canadá le lanzó a la pista en el siguiente Gran Premio, Estados Unidos, en el verano de 2007. Puntuó. Marko, convencido de que debía darle la alternativa, lo sacó de los puestos secundarios en BMW para darle un volante en Toro Rosso, el equipo satélite de Red Bull. Algún disgusto se llevó, como la bronca pública de Mark Webber (hoy es su compañero) en Japón ese mismo año, por un incidente tras el coche de seguridad. «Los niños hacen cosas de niños», le embistió. Se demostró que no había tenido la culpa.
Su primer Gran Premio lo ganó en Monza 2008, todavía el único trofeo en el armario de Toro Rosso, y al año siguiente le entregaron la máquina maravillosa que empezaba a pergeñar Adrian Newey. Solo él inquietó a Jenson Button durante el curso mágico de Ross Brawn. Hace once meses ganó un Mundial que nunca había liderado y ayer confirmó su madurez con un título cantado desde hacía semanas. Así es el héroe de Heppenheim.