«Creo que me recordarán más por haber sido piloto de Ferrari que por los dos campeonatos que conseguí antes de llegar aquí». Hace tiempo que Fernando Alonso tomó conciencia de la que se le viene encima. Llegar a la escudería roja, mucho más que un equipo de carreras, es el broche de oro a su carrera. Al asturiano todavía le quedan años de competición, cinco si cumple los tres que ha firmado con el presidente Luca di Montezemolo más los dos de prórroga opcional.
Si así fuera, habría pasado 14 en la máxima competición, el último tercio bajo el paraguas del cavallino rampante. A sus 28 años, llega a la Scuderia en el mejor momento de su carrera. Sereno, maduro y más pausado, después de un 2007 que le enseñó la cara amarga, la de un equipo que le dio la espalda, y unos 2008 y 2009 muy alejado del foco de la fama. Su aparición por Ferrari reactiva en España el fenómeno Alonso. La afición espera triunfos y el piloto promete trabajo y entrega.
El domingo se abren las hostilidades en Bahrein. Después de un intenso febrero, repleto de pruebas, llega la hora de la verdad. El F10 de Alonso parte en el grupo de los favoritos y el piloto es feliz de nuevo porque desde el monoplaza rojo tendrá muchas opciones de satisfacer su vicio preferido: la victoria.
Con la llegada a Ferrari, Alonso cierra el círculo virtuoso que abrió en el año 2001, cuando entró en la Fórmula 1 de la mano del modesto Minardi. Ya entonces, en los años de sus inicios, los ecos de la escudería de Maranello empezaron pronto a sonar. Giancarlo Minardi tuvo que vender el contrato de su estrella para salvar la escudería de la quiebra. El gato al agua se lo llevó Flavio Briatore. Le prometió al chico un puesto de probador en Renault y la posibilidad de hacerse con uno de los volantes en cuanto fuera posible.
Ferrari le ofrecía un puesto en Prost, que en aquella época era casi un equipo filial, y poco más. Ninguna garantía para el futuro, y Alonso tuvo que quitarse de la cabeza el sueño rojo y convencerse de que para ir a lo más alto nadie le iba a ayudar a saltar escalones. Con el no a Ferrari se ganó la antipatía de Jean Todt, entonces al frente de Ferrari y ahora presidente de la FIA. «Mientras yo esté aquí no pilotará para el equipo», llegó a decir hace tres temporadas cuando los rumores de un posible fichaje rebotaban de una a otra pared del paddock.
Cuando Button se batió en retirada, Alonso acompañó a Trulli ya como titular en 2003. En agosto llegó su primera victoria en Hungría. Los podios empezaban a caer con cierta regularidad y el asturiano se ganaba el respeto de la parrilla. Los años 2005 y 2006 fueron históricos. Por primera vez, un piloto español iba a ganar el Mundial de Fórmula 1. Michael Schumacher había anunciado que 2006 era el año de su retirada y quería marcharse a lo grande, ganando el campeonato.
Pero el empuje del Renault en el tramo inicial le permitió al asturiano dosificar su ventaja en la segunda parte del campeonato y, con carreras grandiosas y espectaculares remontadas de Schumacher, Alonso retuvo el título.
Si el Káiser sabía que aquel año era el de su retirada, el asturiano también había anunciado que sería su último ejercicio en Renault. Para evitar meses de especulaciones, a escasas fechas de que todo se lanzase, Fernando Alonso anunció que había fichado por McLaren. Tan claro lo vio, que llegó a insinuar que a su fin dejaría la F-1.
El sueño de pilotar para la escudería que dirigía Ron Dennis se desvaneció y pronto se convirtió en una pesadilla. Fue un año infernal en el equipo, una temporada de la que Alonso ahora dice haber aprendido mucho. El campeonato se le escapó por un punto y en la última carrera. Lo peor para McLaren fue que no lo ganó el asturiano, ni tampoco su delfín inglés. La guerra interna puso en bandeja el título al Ferrari de Raikkonen. Esa temporada saltó también el caso de espionaje de McLaren a Ferrari.
Alonso se fue de McLaren y pese a las ofertas de Toyota, Red Bull y Honda eligió regresar al regazo de Flavio Briatore, que en dos temporadas no pudo darle un coche ni parecido al de la anterior etapa. Alonso se encontró un R28 nefasto que remontó en la parte final de la temporada con victorias en Singapur y Japón. Y ya en 2009, el R29 no hubo por dónde cogerlo.
Durante todos estos años, Ferrari y Alonso siempre se han mirado de reojo, como los jóvenes de las películas antiguas que se gustan pero que no terminan de lanzarse a compartir un baile. Hubo un momento en que el acuerdo estuvo cerrado para 2011. ¿Qué iba a hacer Alonso en 2010? No estaba claro. Un tercer año fuera de foco sería nefasto para su carrera y para el impacto de la Fórmula 1 en España. En Ferrari decidieron hacerse con el español pocos meses antes de cerrar un patrocinio supermillonario con el Banco Santander, a 40 millones de euros por año durante las cinco temporadas siguientes.
El imperio español de la banca, junto al imperio italiano del automovilismo. Y como guinda, con ellos, el mejor piloto de la parrilla. El piloto asturiano se vistió de rojo y se vio «raro» con los colores de un equipo rival. Poco más de dos meses después, parece que Alonso ha vestido de rojo toda la vida. Ahora que la suerte está echada, Fernando Alonso se vuelca en los últimos ajustes del monoplaza. La semana pasada pasó un par de días en Maranello, últimos ajustes en el simulador antes de saltar al ruedo. Y a Alonso se le nota ilusionado, con ganas de agradar y de devolver el cariño que ha recogido durante dos años en el purgatorio de la Fórmula 1. A partir de ahora tiene su oportunidad.