No tenía mala pinta la tarde inglesa para Fernando Alonso. Había desaparecido la amenaza de lluvia, salía tercero y el Ferrari, aunque todavía lejos de los galácticos Red Bull, llegaba dulce, en una prolongación de las buenas sensaciones de Canadá y Valencia. La opción del podio era una realidad, lo justo para no perder el ritmo en la carrera por el campeonato. Antes de la salida, de la parrilla sólo llegaban buenas sensaciones. El asturiano apareció tranquilo en su ritual previo, recibió el saludo de Bernie Ecclestone y se subió al monoplaza. Al fondo, cerrando el pelotón, los mecánicos de Hispania custodiaban sus coches enfundados en la camiseta de España. En el día de la selección, otro español se jugaba los cuartos en Silverstone, convencido de que podría recoger los puntos que se le quedaron en el tintero hace quince días. Pero todo salió al revés. De principio a fin. Desde la mala salida hasta el pinchazo a tres vueltas del final.
Pero entre que se apagó el semáforo y la bandera a cuadros aparecieron dos protagonistas recurrentes que actuaron de nuevo contra los intereses de Alonso y de Ferrari. Como en Valencia, los comisarios y el coche de seguridad fueron protagonistas. Allí le tocó a Hamilton pero, tocado con la varita de la fortuna, el castigo apenas le hirió. Es más, ni le rozó. A Alonso, en cambio, la sanción ayer le arruinó la carrera.
El asturiano salió mal, muy lento, y le adelantaron hasta cuatro rivales (Hamilton, Kubica, Rosberg y Massa). En el tumulto se golpeó con el brasileño, que viajó directo al garaje a cambiar de neumáticos por un reventón. Alonso quiso recuperar en su parada, pero del baile volvieron a salir por delante Rosberg y Kubica. Así que luchaba por la séptima plaza con el de Renault cuando llegó el momento clave.
El polaco era más lento y Alonso sintió que debía pasarle. Le encimó, le buscó y encontró el hueco perfecto. Se defendió Kubica y el Ferrari cortó la curva por la cuneta. Le adelantó por fuera del trazado. Dice el reglamento que en ese caso hay que devolver la posición cuanto antes. No lo hizo Alonso, alentado por su equipo. Los italianos consideraron que tenía la posición cogida y que había sido el polaco quien le obligó a irse por fuera. Según lo veían, la operación era cristalina. Legal. Tampoco tuvo muchas opciones de pensárselo porque al poco de la acción Kubica dejaba la carrera por avería.
Pero los comisarios creyeron lo contrario. Se había quejado Alonso en Valencia de que la sanción a Hamilton había llegado muy tarde. Más o menos, pasó el mismo tiempo hasta que en Ferrari supieron ayer que tendrían que cumplir con un paso por la calle de boxes. Pasaron once vueltas desde la refriega hasta el castigo. Y aquí apareció la mala suerte en forma de coche de seguridad. Parte del monoplaza de De la Rosa había quedado en medio de la pista. Era necesario limpiar el asfalto. El pelotón se agrupó y el asturiano no pudo cumplir el castigo, pues debe hacerse siempre en condiciones normales de carrera. Así que cuando desfiló ante los mecánicos, con el grupo en fila india, la sangría de posiciones fue de escándalo.
Se le escaparon doce plazas. Un desastre. La carrera perdida y un chorro de puntos a favor de Hamilton. Ganó Webber, el repudiado de Red Bull, y le escoltó Hamilton, más fuerte en el liderato.
El asturiano, rabioso, se vio al fondo del pelotón, decimosexto. En su oreja, la radio del equipo le aporreaba con datos absurdos. Que si Buemi estaba cerca, que si Petrov debía cambiar neumáticos... «No quiero saber nada. No más radio, por favor». Se hizo el silencio y trató de alcanzar al menos un punto.
Adelantó a Buemi y Alguersuari y aprovechó los pasos por boxes de Petrov y Massa para progresar. Luego se peleó con Liuzzi y completó el calvario. Pinchazo a un suspiro del final y nuevo paso por el garaje, el tercero de la tarde. Y en el último giro, Alonso se hizo con la vuelta rápida en la carrera. El remate que le faltaba a una tarde tan extravagante.