Montmeló, sábado de Gran Premio, cuatro de la tarde. Fernando Alonso habla en rueda de prensa después de clasificarse cuarto para la parrilla de la carrera: «Voy a arriesgar en la salida, me pondré a la altura de Vettel y me colaré primero en la curva». Domingo, _carrera lanzada. Dos de la tarde. El Ferrari avanza con decisión por la recta, supera a Hamilton, elige otro camino distinto de Webber y le coge la posición al Red Bull de Vettel. Líder. Inverosímil.
Alonso terminó quinto y la decepción de ver cómo el coche se hundía poco a poco, enfangado con unos neumáticos que parecían hechos por el enemigo, hizo caer en el olvido la declaración del día anterior. El asturiano es de los que sabe lo que lleva entre manos. No suele fallar en el diagnóstico del monoplaza y sus palabras son un buen termómetro para calibrar qué puede pasar en el futuro. Lo hizo el sábado pasado, medio en broma, un día antes de revisar las páginas más espectaculares de sus años dorados en Renault.
Entonces, cada domingo, una bala azul aparecía en medio de la _parrilla y ganaba un puñado de posiciones. Esta vez confiaba en sus manos, como siempre, pero también en el nuevo embrague que le habían preparado para hacer olvidar uno de los puntos negros de esta temporada. El brujo lanzó el vaticinio y acertó. Pudo quedarse trabado en el movimiento de fichas del inicio, pero encontró el hueco perfecto.
En el listado de pronósticos _correctos aparece el del año pasado. Mediado el Campeonato, nadie apostaba por él como campeón. Parecía imposible la remontada, descolgado del liderato y con un _Ferrari que, como ahora, no terminaba de cuajar.
Pero una tarde negra en el circuito británico de Silverstone, relegado por una sanción tras una maniobra con el polaco Kubica, de la boca del asturiano salió el reto que nadie esperaba. «Con este coche podemos ganar el Mundial». Le tomaron por loco en las islas británicas. Poco menos que se rieron de él cuando entonces veían en lo más alto a su Hamilton.
Alonso dice ahora que está vivo en el Mundial. Habrá que creerle, por más que los 67 puntos que le toma Vettel sean una eternidad. Pide un margen de tres carreras, hasta llegar a Valencia, para ofrecer el diagnóstico definitivo. Espera que las pistas más propicias al F150 Italia le metan de nuevo en la lucha y le pongan por delante otra remontada como la de 2010, sin culminar por la fatalidad de la última tarde en Abu Dabi.
Tiene argumentos para pedir plazo. Su coche sufrió en Montmeló y acabó ridiculizado, con un ritmo tres segundos por vuelta inferior al de Vettel en su último relevo del domingo. «Esa distancia es demasiado grande», admite el director de la escudería, Stefano Domenicali. «Los neumáticos no se adaptan a nuestro coche. Eran los peores para nosotros». En Montmeló estrenaron el compuesto más duro de Pirelli, que fue un enemigo calzado en los coches de Alonso y Massa.
Todo cambia este fin de semana para Mónaco, en el punto y seguido que plantea el calendario, con dos carreras sin descanso. Rodaron con el compuesto superblando, una bicoca para el monoplaza rojo y un respiro para los técnicos de Pirelli destinados en Ferrari. «Los neumáticos son los mismos para todos», aseguran a modo de pliego de descargo desde la casa de las ruedas.
Canadá también tiene un pronóstico favorable a Ferrari, y después las largas rectas de Valencia le vienen a la perfección a un monoplaza que donde sufre es en las curvas rápidas por su falta de carga aerodinámica. Para cuando se pase por esas tres estaciones del Mundial, el doctor Alonso ya tendrá un diagnóstico definitivo. Y dirá qué hacer con el enfermo. Hasta entonces, cruza los dedos para que cese la sangría de puntos.