Cumplió con escrúpulo el reglamento, hizo su papel sin tacha, pero se vio en medio de la polémica. Apareció el coche de seguridad en la pista en el peor momento. Se metió detrás del líder, Sebastian Vettel, le dio pista libre al alemán y trazó la curva de salida de la calle de los garajes pegado a Lewis Hamilton, extraña competición la que se montó en unos metros. Fernando Alonso quedó detrás y echó a perder su carrera, como Felipe Massa. Las normas son claras. El coche de seguridad debe salir «cuando le llaman», sin mirar cómo está la carrera, aunque la costumbre dice que lo mejor es hacerlo delante del líder. Su misión es ralentizar la marcha del grupo después de un accidente y ahí se lanzó cuando el australiano Mark Webber voló por los aires con su Red Bull.
Dentro del Mercedes plateado va Bernd Maylander, alemán de 39 años que en 2000 ganó las 24 Horas de Nurburgring. Desde entonces no falta a un Gran Premio, salvo al de Canadá en 2001, cuando estuvo de baja por un accidente.
Había corrillos en el paddock intentando resolver qué había pasado en la carrera, por qué habían tardado los jueces casi media hora en sancionar a Hamilton tras adelantar al coche de seguridad, qué iba a pasar con los nueve pilotos investigados... Y por allí apareció discreto Maylander, mochila al hombro y camino del camión de la FIA. Pasó desapercibido, pero se giró al llegar a la escalerilla. «No puedo decir nada, no puedo hablar». Apenas dejó un par de frases ante la insistencia del periodista. «Debo intentar salir antes del líder, es lo ideal, pero...». No fue así y se montó el lío, porque Hamilton le adelantó. «Había otras opciones», reconoció sin apearse de su sonrisa antes de perderse dentro del campamento. El tipo huye del protagonismo y sufre de cuando en cuando las fatalidades de una profesión que le pone en el disparadero. Un oficio cuasi funerario, tensa espera en el pit lane, atento a los accidentes, y unos pocos minutos de trabajo en todo el fin de semana que también se lo puede pasar en blanco. De sonrisa tranquila y ojos azules muy abiertos, como platos, Maylander se excusa otra vez. «Ya sabéis que no puedo hablar».
Y todo por un accidente de Mark Webber que heló la sangre a todo el circuito. Otra vez los equipos lentos en el punto de mira porque Kovalainen frenó demasiado pronto, todavía en un tramo recto, en la zona más rápida del circuito, y el australiano se llevó por delante al Lotus. Voló por los aires, vuelta de campana de órdago y un golpe seco contra el asfalto. El coche que se rompe en mil pedazos, la fibra de carbono repartida por la pista y el amasijo informe deslizándose por la escapatoria camino de la barrera de neumáticos.
Dos segundos después el volante sale despedido. Buena señal, es el piloto el que lo lanza. Luego sale por su propio pie de lo que queda de coche. Un milagro, otro más en la Fórmula 1, como aquel de Kubica en 2007, con el BMW rebotando como una pelota de muro a muro. Y allí que se fue Bernd Maylander a detener la carrera con el coche médico detrás, sin pensar que iba a participar en una pequeña batalla con Hamilton en plena curva.