«Es como ganar por primera vez», gritó por la radio a su equipo
A la carrera le quedaban ocho vueltas y a Hamilton le visitaron sus viejos fantasmas. Los espantó a base de manos en la gravilla, con suerte también y hasta con una pizca de apoyo divino. «Dios me protegió, el señor tenía su mano sobre mí», dijo todavía sudoroso. Aliviado, sentado junto a la jarra de bebida isotónica que dan a los del podio, agradecía su suerte cuando estuvo a punto de quedarse fuera de carrera. Pasó raspando el muro, incluso llegó a rozarlo con su alerón, pero sacó como pudo al McLaren del mar de piedras, lo devolvió a la pista intacto y, lo que era más importante, con el liderato todavía en el bolsillo. Cruzó la meta con el miedo en el cuerpo y celebró su tercera victoria del año como si fuera un debutante. «Es como ganar por primera vez», gritó por la radio a sus muchachos.
El inglés recogió el regalo de Webber en la salida y empezó a tirar del pelotón. Líder vuelta a vuelta, impecable, construyó su regreso a la cabeza de la general con un pilotaje casi perfecto. Esta vez no se quería meter en líos. Perseguía su 14ª victoria global, la que debía devolverle el mando del Mundial.
Llovió a última hora y empezó a complicársele la vida. Pidió por radio entrar a por neumáticos con dibujo, pero le dijeron que debía aguantar una vuelta más. Ya iban 35. En la octava curva se dibujó el drama. «Pensé que incluso era pronto para frenar pero el coche no quiso para. Se bloquearon las ruedas y me fui directo contra el muro, con tanta suerte que apenas lo rocé y pude librarme», dijo.
El capítulo era como aquel de 2007 cuando empezó a perder el Mundial. En China, en plena guerra civil con Alonso, pidió cambio de neumáticos y, como ayer, también le dijeron que esperase. Aquello fue dramático para él. Ya en el carril de salida, se salió del asfalto y quedó varado. Le daba alas a Alonso y en España la imagen se vio una y mil veces. La película de ayer fue diferente.
Tampoco se pareció a la de hace dos años, porque esta vez nadie le avisó para decirle que ya no era el ganador, que se olvidase de la botella de champán, de los saltos del podio y que debía devolver el trofeo. En 2008 Hamilton acabó el primero en Spa pero el triunfo fue de Raikkonen. El inglés acortó la chicane para adelantar al Ferrari, luego se dejó superar con la idea de evitar la sanción, pero aprovechó su posición para ganar de nuevo el sitio al finlandés. Castigado.
«Esto compensa totalmente aquella decepción», dijo Hamilton después de la carrera. De los cinco candidatos al título, tres (Vettel, Button y Alonso) fallaron en Bélgica. El inglés y Mark Webber mandan ahora con algo de holgura. Treinta y un puntos le toma el McLaren a Sebastian Vettel, el tercero de la lista. «Mi rival más próximo está sentado ahora aquí al lado, pero es pronto para descartar a nadie. Quedan muchos puntos y en las últimas carreras hemos visto que las cosas pueden cambiar muy rápido».
Ni siquiera se ve al frente de la nave en su equipo. «Jenson ha tenido muy mala suerte hoy (por ayer) pero creo que todavía es pronto para pensar en un líder en la escudería». Hamilton tenía una espina clavada en Spa. Se la sacó con creces. Por la victoria y por ponerse al frente del Mundial. Se le notó por la forma de celebrarlo, con más rabia que nunca, alzando los puños al aire de pie, todavía dentro del habitáculo de su coche. «Por mi reacción habréis visto las ganas que tenía. Estoy en una nube, en éxtasis».
Hamilton celebra su triunfo en Spa. / peter steffen / efe