Sin el imponente uniforme rojo los soldados de Ferrari parecen más terrenales. Primera hora de la mañana del día siguiente al patinazo en Spa. Bruselas, hotel Sheraton. Con camisa blanca y tejanos, una de los responsables de comunicación del equipo sonríe con esfuerzo a la hora del desayuno. Saluda y pronto regresa a la discreta conversación de su mesa. No están para fiestas. Ponen rumbo a casa, con mucho trabajo por hacer en Maranello. Espera Monza, el Gran Premio fetiche de los «tifosi», y la tarea es dura: invitados, actos, patrocinadores y demás. Lo de la pista tampoco tiene pinta de que vaya a ser sencillo. Quitarle 41 puntos a Hamilton en seis carreras es una tremenda cuesta arriba para Alonso, mayor incluso que los puertos que se mete entre pecho y espalda en su entregada relación con la bicicleta, compañera insustituible en su rutina de entrenamiento.
Del desastre de Spa sólo se libró Massa. Arrancó sexto y aprovechó la cornada que Vettel le pegó a Button para terminar cuarto. Corrió bien y sin meterse en líos. El brasileño señala siempre la medida de lo que puede dar el Ferrari y Alonso se encarga de sacarle jugo cuando puede huir de la fatalidad. Pero Felipe está a un mundo en la clasificación y el único caballo vivo de la Scuderia es el asturiano.
Al frente del equipo, Stefano Domenicali trata de mantener prietas las filas. Es difícil verle enojado. Transmite serenidad, a veces, incluso bondad, posiblemente demasiada para el océano de tiburones de la Fórmula 1.
Le toca al italiano mantener la moral alta entre la tropa, todos alertas hasta que no haya más que hacer. «No hay duda de que no ha sido un buen fin de semana. Hemos perdido terreno y ahora todo es más difícil, pero no imposible», dice el director del equipo. Tira de una carta psicológica que seguro habría preferido no tener que usar nunca. «Se me viene a la cabeza 2007, cuando teníamos 17 puntos de desventaja a dos carreras del final. No creo que lo de ahora sea más difícil».
Ese Mundial lo acabó ganando Raikkonen para Ferrari cuando McLaren ya preparaba la bolsa para guardar la copa. Con el sistema de premios actual, la distancia de entonces equivaldría a 53 puntos, cifra arriba, cifra abajo.
Ahora a Alonso le valdría con ganar todas las carreras para ser campeón, incluso aunque Hamilton se pegase a él y agarrase todos los segundos puestos. Es fácil decirlo, pero no tanto ejecutarlo.
En un Campeonato instalado en la irregularidad, la montaña rusa sube una semana a los que hunde quince días después. Hamilton es el líder de la clasificación, pero no el de las victorias. La de Bélgica fue su tercera, pero Mark Webber ya acumula cuatro. Button, Vettel y Alonso se reparten el resto, a dos por cabeza.
En 2007 Raikkonen ganó las dos citas del final: China y Brasil. Además de pilotar impecable, necesitó que McLaren cometiese un grave error con el inglés en Shanghai. Quiso el piloto cambiar las gomas, las tenía destrozadas, pero le pidieron que aguantase un poco más para asegurar el liderato. Se fue a la cuneta a las puertas del pit lane.
Y luego en Brasil, atenazado por la presión, pulsó el botón del limitador de velocidad en plena carrera y regaló el Mundial a Raikkonen. Le sirvió de poco acabar séptimo, lo mismo que a Alonso ser segundo en China y tercero en Brasil, porque el título se fue para Finlandia.
El sprint viene más largo esta vez. Convinieron en señalarlo a siete etapas, las que quedaban después del verano, ya con los cinco primeros claramente destacados. Consumida una, sólo Webber ha respondido al primer demarraje de Hamilton. Pero todavía falta un buen repecho.
============FiR_fot_01(4834308)============
fred dufour / efe
============PiE_foto_01(4834306)============
Stefano Domenicali, responsable de la escudería Ferrari, durante la disputa del GP de Bélgica.