El puente sobre la pista simula la construcción típica coreana. Como casi todo allí, lo acabaron a última hora. Da bien en televisión. En pantalla, retransmitido en directo a todo el mundo, el circuito da el pego. Los coches tienen por donde correr, la tribuna principal es imponente y el edificio para los medios de comunicación está terminado. El resto se hizo atropelladamente, con el Ejército trabajando sin descanso. Es igual que los aparcamientos hayan cambiado de ubicación un par de veces, que la tierra de las escapatorias esté pintada de verde donde no ha crecido la hierba y que los encargados no tengan ni idea de quién puede pasar y quién no.
Del circuito llama la atención la larguísima recta que sigue a la segunda curva: 1.200 metros entre muros que la convierten en un tubo sin fin. «No la hice con ninguna intención, me venía dada en el proyecto, porque esto es un circuito urbano», explica Hermann Tilke. El problema es que la ciudad, simplemente, no existe. Ni siquiera han empezado a construirla, pero dice el arquitecto jefe de la Fórmula 1 que esa recta es en realidad una pequeña avenida de Jeollanam-do.
Así se va a llamar la hoy en día inexistente ciudad, la que enseñaban en una recreación virtual y que se ve en todas las imágenes oficiales del circuito. «Un foco turístico como Mónaco o Valencia», dice el catálogo oficial. De ahí los rascacielos, los barcos en el mar Amarillo, a la orilla de la pista, y las inmensas zonas verdes. Queda claro cuál es el modelo de negocio.
A Bernie Ecclestone, el patrón de la Fórmula 1, le gusta Corea para su «Circo»; plaza fuerte de la industria del motor en Asia y con un consorcio que ha reunido cerca de 200 millones de euros que irá soltando durante los próximos siete años a cambio de la carrera.
El Gran Premio ha estado en el alero hasta el último momento. Desde la organización reconocen que habrían preferido perder dinero y retrasar un año el estreno. La época de lluvias arruinó los plazos y llegaron a tiempo por los pelos. En realidad, que se celebre la carrera es un empeño personal de Ecclestone, que ha preferido que se corra en una especie de decorado de cartón piedra. Vacío por dentro. Jamás permitiría un daño de imagen de tal calibre en su negocio. Los responsables incluso han pedido disculpas. «El entorno debería ser otro. No está demasiado presentable», admite Yung Cho Chung, presidente del Korea Auto Valley Operation, la empresa que lleva el peso organizativo.
Con siete años por delante, Corea tiene tiempo para ponerse al día. Es un paso más en la colonización mundial de la Fórmula 1, que no tiene ninguna pinta de parar. Aprobadas ya están, de las exóticas, las carreras de India (2011) y Rusia (2014). El Mundial volverá a Estados Unidos en 2012, al circuito de Austin (Texas). Y en el despacho del patrón Ecclestone siempre hay cola. Con el viejo sueño de África (abandonaron Sudáfrica en 1993) en la recámara, han sonado propuestas en Mallorca, Nueva York, Portimão, Aragón… Bendito negocio.
En la imagen vista aérea del circuito surcoreano de Yeongam, rodeado de la más absoluta nada. Reuters