«Las cosas van muy bien, en el equipo estamos contentos, tranquilos, pero contentos. Nos ha sorprendido su determinación, lo decidido que es. También su espíritu de trabajo, la seriedad y la capacidad que tiene para motivar». La frase sale del mismísimo corazón de Ferrari, de una de las salas donde se cuece y se calcula al milímetro todo lo que pasa en la escudería. Y se refiere a Fernando Alonso y su irrupción en la casa italiana con una victoria en cuanto hubo puntos en juego. Ya cuando apareció por McLaren en 2007, antes de que la relación se trabase, Martin Whitmarsh, subjefe entonces, le había alabado con ideas parecidas. «La gente que trabaja con él da un 120 por ciento, es un gran motivador».
Cruzó la línea de meta de Bahrein y Alonso habló en italiano por la radio. Palabras cómplices de agradecimiento para los suyos, los que le diseñaron la carrera y le guiaron a través el «pinganillo» hasta la meta. A la cabeza, Andrea Stella, el ingeniero de pista que le han puesto nada más llegar a Ferrari. Palabras, gritos de festejo a la vez que el piloto dibujaba otra vez los famosos pajaritos. Y todo en el idioma que aprendió de niño cuando de la mano de su padre viajaba por Italia para desarrollarse en los mejores criaderos del karting. Una lengua que lo acerca a la tropa del equipo rojo, que le hace más familiar. Con el finlandés Raikkonen no habló una palabra en tres años y al alemán Schumacher no le hacía ninguna gracia la lengua del equipo, con la que apenas coqueteó en una década en Maranello.
Por ese tipo de cosas Fernando Alonso ha calado en su nuevo hogar. También por sus declaraciones, siempre conciliadoras, respetuosas con la veteranía de Felipe Massa en la casa, a pesar de que lo suyo será una lucha cuerpo a cuerpo para hacerse con la capitanía. El asturiano ganó el primer asalto. Si hay una escudería que está por encima de los pilotos, ésa es Ferrari. Los italianos miden todos los gestos para que la pelea no salga más allá de la pista, para evitar absurdas guerras de celos.
¿Qué más se le puede pedir a un recién llegado? Eso mismo decía el domingo en Bahrein María Sánchez, una de las caras del Banco Santander en la fórmula 1, siempre cerca del presidente, Emilio Botín. «Es un comienzo perfecto», repetía a pie de podio después de la carrera, con satisfacción empresarial.
Massa ni siquiera podía poner pegas a la victoria porque su motor no le había dejado apretar en las últimas vueltas; pero, además, Alonso tiene más enganche entre la tropa. Vale que el brasileño es el veterano y sabe dónde pisa en cada esquina de la casa del «cavallino». Que es querido, que sus padres pasan muchas horas en el box, como en Bahrein, inseparables fans de su hijo, y que el personal de la escudería espera con ansia a que aparezca Rafaella, la mujer del piloto, y les presente al pequeño Felipinho.
Alonso funciona con otro tipo de argumentos. Quizá no sea tan cercano, tan familiar; puede que necesite tiempo para conocer y que lo conozcan antes de soltarse en el trato personal, pero lo que hizo el domingo en la pista sirve para romper muchas barreras. «Al final estamos aquí para ganar carreras, no para irnos todos juntos a cenar», relativizó Massa no hace mucho. Pues en la primera carrera cumplieron la misión, con un doblete incontestable.
Sólo han puesto la primera piedra, bonita, sí, pero se trata únicamente del primer peldaño de una escalinata de diecinueve carreras. Y en Australia, en Melbourne, se retoma el cuento dentro de doce días. Será otra historia nueva, con un puñado de pilotos alrededor que no tienen la intención de ver un paseo rojo en cada pista.