La lógica de un deporte a veces tan ilógico como es la Fórmula 1 se impuso con toda su contundencia en el sábado de Sepang. Fernando Alonso salió con toda su buena intención a la cronometrada. Como siempre, no podía cometer fallos. Pero sabía que si conseguía su vuelta redonda, el giro perfecto que persiguen todos los pilotos, aun así, la pole iba a quedar demasiado lejos. Igual que tantas veces, diseñó un ejercicio perfecto alrededor de la pista malaya. Sin errores, guió el Ferrari hasta su máximo y terminó su intento definitivo en 1.35.802. Insuficiente para levantar todo el peso de la lógica. Si Red Bull y McLaren habían dejado claro en las tres tandas libres que eran los más rápidos con diferencia, no había motivo para que no lo confirmasen cuando comenzase lo serio. Y así fue. Vettel encadenó su segunda pole y Hamilton se le acercó (una décima) como no se esperaba cuando las balas de plata sufrían en la pretemporada. Webber fue la alternativa de los coches energéticos en el tercer puesto y Button se colocó en la cuarta casilla de salida. Repartido el pescado entre los líderes, Alonso se llevó el sobrante. Quinto, a un segundo de distancia. Y gracias. Porque Massa, con un coche gemelo, no fue tan perfecto y un error en su vuelta lanzada le mandó hasta la séptima posición. Se le coló el Renault de Heidfeld.
A Ferrari no le queda más remedio que defenderse. Hasta nuevas noticias, ahora son ese Inter de Mourinho que se presentó hace diez meses en el Camp Nou pertrechado hasta los dientes. Toca taparse, cumplir su labor sin deslices y esperar el fallo ajeno. Lo sabe Alonso, que habla del podio como objetivo a la espera de que la llegada a Europa les entregue otras metas. Es la manera de ir sumando poco a poco y no perder comba.
La misma certeza que maneja Stefano Domenicali, lo más parecido a un entrenador de fútbol que tiene un equipo de Fórmula 1. «Si se me permite la metáfora, estamos en un momento en que debemos jugar a la defensiva», dice el director de Ferrari, decidido a salir a los partidos con todos sus recursos de contención.
En las milimétricas medidas que se mueve la Fórmula 1, el segundo que Alonso pierde en una vuelta lanzada respecto a Red Bull es una eternidad. Menos que el 1,6 que le tomó el alemán en Australia, pero igualmente una barbaridad. Está demostrado que para ganar en esto no es necesario tener siempre el mejor coche, pero sí uno que se le acerque mucho.
Dicen los que diseccionan las carreras como cirujanos de las válvulas que entre el mejor piloto y el peor hay solamente cuatro décimas de diferencia en capacidad de conducción. Nada más. Por eso una máquina voladora como es el Red Bull se convierte en un arma imparable en manos de un talentoso como Sebastian Vettel.
A pesar del tono grisáceo que envuelve a Ferrari en este periplo asiático, Alonso mantiene alguna esperanza.
«Si termino la carrera es muy posible que esté en el podio». Un aviso de todo lo que puede pasar en una tarde para la que se espera que en algún momento pueda llegar un chaparrón monzónico de esos que transforman las carreras en la ruleta de la fortuna.
«No es ningún secreto que tenemos que mejorar, pero los puntos no se jugaban hoy (por ayer). Mantengo la calma, aunque reconozco nuestro déficit de prestaciones. Intentaremos sumar lo máximo posible y cuando tengamos nivel para ganar las carreras, volveremos a estar delante», señala el asturiano.
Salir al frente del pelotón tampoco garantiza demasiado en Sepang. Se prevé una fortísima degradación de neumáticos y un continuo desfile por los garajes. Tres paradas serán obligatorias y en muchos casos hasta cuatro. Todo un reto.
En la imagen Fernando Alonso firma una revista de Fórmula 1 a su llegada, ayer, al circuito de Sepang. srdjan suki / efe