Sin toro no hay faena. Dicen que todas las ganaderías tienen sus añadas y o mucho cambian las cosas o al maestro asturiano no le ha tocado esta temporada la buena. Sí que dio una serie de pases de alta escuela: la salida gloriosa, el aguante con Vettel subido a la chepa 18 vueltas o la resistencia en el cuerpo a cuerpo con Webber, incluida una pelea a sablazos en el pit lane. A muchos les compensa el precio de la entrada con ver unos buenos naturales, aunque el animal no tenga la calidad que se pide en las plazas de primera. A ésos, a los que disfrutan de los detalles, a los que se emocionan cuando las manos pueden más que la mecánica, el asturiano les habrá dejado satisfechos. Por lo menos, a los que lo vieron en casa. Habría que preguntar a quien se dejó 450 euros en una tribuna de meta si quedar extasiado con una salida de las que se guardan en la hemeroteca les deja buen sabor de boca después de irse con la sensación de que Fernando Alonso, por sí mismo, podría haber hecho mucho más que ese insulso quinto puesto final. Pero fue su coche el que no le dejó llegar más arriba. Eso, a los que sólo tienen ojos para el asturiano. Otros van por el espectáculo, que mejoró mucho en calidad a pesar de que Vettel ganó por cuarta vez esta temporada. Pero al menos Hamilton debatió con él toda la carrera y, por primera vez en los últimos diez años, venció un piloto que no partía desde la pole. La estadística, vigente desde 2001, la rompió Webber, que acabó cuarto.
La gran revolución que Ferrari traía después de tres semanas de trabajo sin pausa se quedó en una pequeña revuelta. La pista barcelonesa no es la mejor para un coche que sangra por la aerodinámica, que se hunde en el sector de las curvas rápidas, cuando se obliga a castigar los neumáticos, que después no aguantan todo lo que deberían en buenas condiciones.
El resultado de todo esto quedó reflejado en la pista. Alonso llevó el sábado al Ferrari mucho más adelante de lo que se podría presumir por la comparación entre coches. Y ayer todavía desafió más al destino con un arranque de centella y un liderato de 18 vueltas.
Luego fue la lógica la que le fue minando a base de bofetadas. Hasta dejarle en meta a un minuto y medio de Vettel. Distancias de ciclismo para un deporte de milésimas. Demasiado agujero en el debe de una escudería que pretende luchar por el campeonato. En Ferrari no se esconden y reconocen que son el tercer coche. Que Red Bull y McLaren están en otro escalón.
El natural discurrir de los acontecimientos se encargó de poner las cosas en su sitio al tiempo que la carrera avanzaba. Alonso dio el golpe de efecto del día con su arranque de furia. Al primer paso por meta, la tribuna principal de Montmeló explotó como campo de fútbol con un gol. Lideraba el coche rojo. Pero Vettel le seguía muy de cerca y en las 18 vueltas que tardó en superarle la ventaja del asturiano nunca llegó a pasar del segundo. El alemán era su sombra y los dos se enzarzaron en una pelea con los nuevos elementos del reglamento. Si el Red Bull movía el alerón trasero en la zona delimitada para el ataque, el Ferrari descargaba toda la energía del kers. Y Alonso fue aguantando hasta el segundo cambio de neumáticos. Vettel entró una vuelta antes y ahí ganó el tiempo necesario.
Se había visto una lucha encarnizada en ese primer tercio, con Alonso en cabeza, Vettel al acecho y Hamilton pegado al Red Bull. Los tres en un pañuelo, mucho tiempo abrazados al paso por meta en el mismo segundo. Así que en ese segundo cambio a Alonso se le fueron dos puestos y ahí comprendió que la lógica no le iba a perdonar.
Hasta los optimistas ya barruntaban lo que terminaría pasando, al tiempo que el Ferrari se iba diluyendo en la pista. Pronto Alonso encontró en el retrovisor a Webber y también Button se benefició de su estrategia a tres paradas.
En la vuelta 37, mediada la carrera, al F150 no le llegaba ya el aliento para continuar con el esfuerzo. Alonso se agarraba como podía al podio que todavía acariciaba, pero detrás, muy pegados, tenía a los «segundos» de las escuderías que ayer estaban de dulce. Button venía desatado y, de un bocado, se tragó a Webber y a Alonso. Poco después, en el último relevo de neumáticos, el australiano imponía por fin la ley del coche más fuerte. Ya no había nada que hacer y la clasificación de la carrera reflejaba con fidelidad el actual reparto de fuerzas de la parrilla.
Red Bull y McLaren al frente, con el primer Ferrari tras ellos. Para encontrar al otro, al de Felipe Massa, hay que acudir a la lista de retirados. Falló su caja de cambios, pero su carrera ya estaba arruinada porque navegaba sin rumbo, desorientado, en una décima posición poco digna para un Ferrari.