Al final de cada temporada, una gran encuesta se pone en marcha en la Fórmula 1. Votan los jefes de equipo y eligen al mejor del año. Fernando Alonso, camino del quinto curso sin títulos, siempre aparece destacado. Dominó la votación del anterior ejercicio, pero también en otro como 2008, cuando exprimió como nadie un Renault que ya no tenía nada que ver con su coche ganador de la primera etapa y en ningún momento había sido candidato al Mundial.
Para la edición de este año, Vettel sale favorito, su dominio no admite discusión; pero es por carreras como la de ayer por las que el español siempre aparece en las primeras filas. Con un coche inferior, lastrado en algunas tareas fundamentales, como el escaso ritmo con los neumáticos más duros, es capaz de dibujar actuaciones soberbias, que le ponen mucho más arriba de lo que su monoplaza le habría hecho ni siquiera soñar.
Ayer se sacó una buena espina en Abu Dabi, lo más parecido para él a una pista maldita, donde lloró el descalabro que hace un año le costó su tercera corona.
El día del primer patinazo de Vettel Alonso llevó el Ferrari hasta la segunda posición e incluso le discutió la victoria a Hamilton en el momento del segundo cambio de neumáticos. El tráfico en la calle de los garajes y una parada algo más lenta que la del inglés, además de su menor ritmo en el último relevo, le enseñaron que su techo estaba en el segundo peldaño del podio. Una maravilla después de haber salido quinto, la posición en la que terminó el otro Ferrari, el de Massa, que sólo mejoró un puesto desde la salida. El asturiano recuperó tres.
Agitando el champán virtual sobre el cajón del imponente circuito de Yas Marina –el alcohol está prohibido en público y las botellas contenían una bebida espumosa de frutas–, Alonso escenificó lo que es una rutina en su ya amplia trayectoria. Es el cuarto piloto con más podios de la historia, y ya está a sólo siete de un mito como Senna. El 73.º cajón de su vida en la Fórmula 1 fue el décimo de esta temporada.
No está mal para lo que se supone que es un Campeonato decepcionante, que comenzó con Ferrari muy perdido en la construcción del monoplaza. El túnel de viento de Maranello, mentiroso, mal calibrado, retrasó meses a la Scuderia en una carrera tecnológica a la que no suelen permitir reincorporarse al que tropieza una sola vez.
Desde el podio de Yas Marina, Alonso cerró un círculo que le hacía especial ilusión. Con el podio de ayer, ya ha visitado los de todos los circuitos en los que ha corrido en sus diez temporadas instalado en la élite. Aumenta la colección de trofeos, mientras en Ferrari hacen planes para 2012 y se frotan las manos ante el gran momento de forma de su piloto y el gran proyecto que dicen manejar para neutralizar a Red Bull.
La fiesta de fin de curso está programada para dentro de quince días en Brasil. Alonso se intercaló entre Hamilton y Button, en una noche de mucho brillo para McLaren. Alonso todavía alberga algunas opciones de llegar al subcampeonato. Sin duda, lo cambiaría el español por la victoria en Interlagos.
No lo tenía sencillo el ovetense para progresar hasta el cajón. Salía quinto, con todos los gallos por delante y, como casi siempre, con Vettel al frente del pelotón y la pinta de dominador de todos los domingos.
La salida reservaba la mayor sorpresa de la temporada. Sin consecuencias, porque el alemán ha arrasado tanto que podría no haberse presentado a unas cuantas carreras y habría sido campeón de igual manera. Su arranque fue limpio. Ya ponía metros de por medio en las primeras curvas, cuando le visitó por primera vez la mala suerte, en el momento menos trascendente del año. Reventó uno de sus neumáticos y quedó fuera de carrera.
Al mismo tiempo, Fernando Alonso había dibujado una salida perfecta. Se quitó de encima a Webber nada más pisar el acelerador y en las curvas iniciales le ganó el sitio a Button a base de valentía. Con el abandono de Vettel, el asturiano se encontró en una segunda posición a la que, si en algún momento pensó llegar, jamás habría apostado que sería antes de cumplirse el primer giro.
Alonso pilotó con muchísima cabeza, siempre con Hamilton a tiro de piedra. La carrera fue táctica, de las que obligan a pensar, a guardarse y cuidar los neumáticos. Lo hizo perfecto, arañando un par vueltas más con los blandos que hicieron volar la imaginación hacia una victoria que, en realidad, estaba más lejos de lo que parecía.